Las cicatrices del acoso escolar en el cerebro

El acoso escolar, popularmente conocido como bullying, es cualquier forma de maltrato psicológico, verbal o físico producido entre estudiantes de forma reiterada. Estas experiencias vitales se asocian con problemas de salud mental en la infancia que pueden persistir durante la etapa adulta.

¿Qué ocurre en el cerebro de los niños expuestos a estas situaciones?

Hay una extensa literatura científica que relaciona cambios en el sistema nervioso central, y el desarrollo de trastornos mentales, con el maltrato en la infancia. Por ejemplo, estudios endocrinológicos han visto cambios en la respuesta al estrés del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal los cuales podrían incrementar el riesgo de padecer una depresión mayor. La amígdala, región del cerebro relacionada con las emociones, tiene una mayor respuesta hacia estímulos negativos en personas que han vivido maltrato infantil. Esta alteración se ha asociado con la depresión mayor. Además, los científicos también han observado variaciones estructurales en el cerebro de los niños que han sufrido maltrato parecidas a las de un cerebro que tiene problemas durante el desarrollo como, por ejemplo, un volumen cerebral inferior o el cuerpo calloso atrofiado. Estos cambios en la estructura cerebral, como la reducción del volumen del hipocampo, se han asociado a un mayor riesgo de desarrollar depresión o TEPT. Respeto a esto, es interesante subrayar que se ha visto que el volumen del hipocampo es incluso menor en las personas que padeciendo una depresión sufrieron abandono y abuso físico o sexual durante la infancia.

Cambios en el cerebro ¿Consecuencia o causa de los problemas de salud mental?

Hasta 2012, la mayoría de los estudios describían cambios funcionales y estructurales en el cerebro relacionados con el maltrato infantil en personas que habían desarrollado depresión o TEPT. Por lo que era difícil saber si estas alteraciones en el sistema límbico (grupo de áreas cerebrales que regulan las emociones), o cicatrices límbicas, aparecían en las personas que habían desarrollado trastornos emocionales como una consecuencia, o eran derivadas del maltrato infantil constituyendo un factor de riesgo para la salud mental.

Ese año, el científico Udo Dannlowski y sus colegas publicaron un estudio en el que investigaban el papel del maltrato en dos biomarcadores de neuroimagen, uno funcional (la respuesta de la amígdala a un estímulo aversivo) y otro estructural (volumen de materia gris en el hipocampo), ambos relacionados con la depresión y el TEPT, en un grupo grande de personas sanas sin ninguna enfermedad psiquiátrica.

A las 148 personas elegidas se les realizaron encuestas para medir sus experiencias vitales relacionadas con el abuso en la infancia, entre otros parámetros psicológicos. Después, los investigadores utilizaron un escáner de imagen por resonancia magnética para poder estudiar ambos parámetros, estructural y funcional, en el cerebro. En el estudio de la respuesta de la amígdala a un estímulo aversivo, además del escáner, se utilizó una tarea de reconocimiento facial con caras enfadadas y asustadas como estímulo.

Finalmente, los resultados de este trabajo demostraron el efecto del maltrato infantil en los dos marcadores de neuroimagen, respuesta de la amígdala a expresiones faciales negativas y volumen del hipocampo reducido (fig. 2), ambos relacionados con la depresión y el TEPT. Al demostrarse estas asociaciones en personas que no tienen ninguna patología psiquiátrica se podría concluir que estas variaciones son causa del aumento de riesgo de padecer problemas de salud mental.

Fig 2. Esquema de un cerebro con la localización de las áreas estudiadas en esta investigación en rojo la amígdala y en verde el hipocampo. Extraído de https://www.wikipedia.org/ (2022).

Fig 2. Esquema de un cerebro con la localización de las áreas estudiadas en esta investigación en rojo la amígdala y en verde el hipocampo. Extraído de https://www.wikipedia.org/ (2022).

Por lo tanto, el maltrato durante la infancia incrementaría la susceptibilidad al estrés en otras etapas de la vida. Los mecanismos que subyacerían a esta vulnerabilidad serian el aumento de la respuesta en la amígdala y una disminución del hipocampo. En consecuencia, el tipo de estrés vivido a lo largo de la etapa adulta podría definir el tipo de trastorno mental que podría desarrollarse. Por ejemplo, los eventos agudos y traumatizantes podrían resultar en TEPT, mientras que el estrés crónico podría desembocar en depresión.

El uso de estos biomarcadores podría ayudar a valorar el riesgo individual de desarrollar un trastorno mental en el futuro. Además, también podrían servir para valorar el daño ejercido a una víctima de maltrato infantil de manera objetiva.

Con los efectos de la pandemia se ha empezado a hablar de la importancia de la salud mental en nuestra sociedad de una manera más abierta. Como vemos, la salud mental hay que empezar a cuidarla desde la infancia con campañas de prevención y medidas efectivas contra abusos como el acoso escolar o bullying.

Bibliografia 

Acoso escolar (2022, Abril 12). En Wikipedia. https://es.wikipedia.org/wiki/Acoso_escolar

Brimblecombe, N., Evans-Lacko, S., Knapp, M., King, D., Takizawa, R., Maughan, B., & Arseneault, L. (2018). Long term economic impact associated with childhood bullying victimisation. Social science & medicine (1982), 208, 134–141. https://doi.org/10.1016/j.socscimed.2018.05.014

Fuente: https://www.investigacionyciencia.es/blogs/psicologia-y-neurociencia/107/posts/las-cicatrices-del-acoso-escolar-en-el-cerebro-20828

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