Mi tutora me llamó «tonta» y me echó la bronca por prestarle una pulsera a una chica pues me la robaría …

Como había prometido, aquí está mi historia:

Soy una chica de 23 años viviendo actualmente fuera de casa debido a unos problemas que nacieron a raíz del bullying sufrido en la infancia. Me hicieron «bullying» desde txiki, desde los 3 añitos… No conseguí hacer amigos en infantil aunque el bullying «real» en realidad empezó al empezar la primaria: golpes, insultos, me robaban las cosas, se reían de mí, me marginaban… No tenía amigos realmente. La mayor parte de los recreos me los pasaba dando vueltas por el patio. No era poco frecuente que me persiguiesen o pegasen… Tanto yo como mi familia denunciábamos los abusos pero nunca se tomaron medidas.

Recuerdo, por ejemplo, que, a principios de primaria, solía ir donde una profesora del patio todos los recreos porque dos chicas de mi clase me perseguían para pegarme, pero, cuando me acercaba a ella, las chicas empezaban a actuar «normal» y la profesora me ignoraba.

Recuerdo también, en segundo de primaria, que mi tutora me llamó «tonta» y me echó la bronca por prestarle una pulsera a una chica pues me la había robado… «¿Para qué se la das si sabes que te la va a robar? ¿Eres tonta?». Me entraron ganas de llorar. … Me quejé a mi madre de lo ocurrido y me desentendí del tema hasta que, al año siguiente, la profesora se fue del colegio y todos mis compañeros me echaron la culpa a mí, diciendo que, de algún modo, había mentido para que echaran a la que ahora consideraban «mejor profesora del colegio». Todos empezaron a marginarme y meterse conmigo a partir de entonces. Tenía 8 años.

Siempre era la última en ser elegida para todo y, muchas veces, hasta se quejaban por tenerme en su grupo.
«No queremos a _, os la regalamos».
«No, os ha tocado a vosotros. Os aguantáis».
No tenían reparos en tener estas conversaciones delante mío. Yo normalmente me ponía a llorar ante estas situaciones… pero los profesores raramente hacían algo.

Siempre había 1 día al año al menos en el que explotaba. Toda la tensión acumulada salía de repente y me ponía a llorar sin poder parar. Podía ser en el patio, en medio de clase… Solían decir que lo hacía para «llamar la atención».

Desarrollé una tendencia insana a querer agradar a todos a toda costa, incluso si esas personas eran crueles conmigo, y esto era algo que pocos entendían. Una monitora de un campamento llegó a comentar incluso que no entendía cómo alguien «querría ser amigo de gente que le hace daño».

Crecí increíblemente insegura de mí misma, con muchísima ansiedad social y muchísima sensibilidad al rechazo en casa.

A los 14 años, por fin dejé el colegio después de unos incidentes que me hicieron no poder más. Tenía mucho miedo de sufrir bullying en otros colegios y que mi «reputación» como «marginada» se extendiese y esa era la principal razón por la que no me cambié antes.

Pasé dos años en un colegio donde no me hacían bullying y donde pude hacer amigas en el colegio por primera vez. Pero, cambié otra vez para bachiller y, en mi tercer colegio, me volvieron a hacer bullying. Elegí mi segundo colegio porque sabía que allí no conocían a mis compañeros; utilicé tuenti para ver de qué colegios eran los amigos de mis compañeros. No hice lo mismo cuando me cambié al tercer colegio y allí sí conocían a mis compañeros del primer colegio.

Conté a los profesores lo que estaba pasando pero sólo me enviaron donde el orientador, reforzando así la idea de que yo tenía la culpa. No pensé que estuviesen haciendo nada malo pues yo ya creía que era culpa mía.

No soportaba ir al colegio un día más. Pedí a mi familia ir al psicólogo para entender por fin «qué había de malo en mí». Conté a la psicóloga entre lágrimas que me estaban haciendo bullying y me dijo que me veía «ansiosa» y que igual necesitaba ir al psiquiatra a por ansiolíticos. Después de eso, le dijo a mi madre que no podía atenderme si iba al psiquiatra. Fui al psiquiatra sin saber lo que era.

Los psiquiatras no sabían qué me pasaba pero yo insistía en que tenía que haber algo de malo en mí. Provaron todo tipo de pastillas en mí que sólo hicieron que perdiera la cabeza de verdad.

El orientador del colegio, el que me había estado «atendiendo» mientras me hacían bullying, no vio problema en que fuese al psiquiatra. Mi familia no supo nada acerca del bullying hasta años después.

Mi mayor problema antes de las pastillas era la ansiedad social y la sensibilidad al rechazo, pero desarrollé todo tipo de problemas con las pastillas: depresión, amnesia, ansiedad crónica, obesidad, paranoias, falta de emociones, disociación crónica, pérdida de la identidad, síntomas de parkinson, atrofia cerebral, deterioro cognitivo, problemas hormonales, problemas de vista, agresividad, desinhibición, impulsividad, pensamientos autolíticos, disquinesia tardía, problemas de sueño crónicos, arritmias…

Nunca recibí ningún diagnóstico oficial. Recibí varios «posibles diagnósticos» pero todos ellos en base a los síntomas que desarrollaba con las pastillas. Cuando desarrollaba un síntoma, simplemente me daban otra pastilla. En ningún momento me dijeron que los síntomas podían deberse a las pastillas. Miré el prospecto hace 1 año y la mayoría de los síntomas aparecen incluso en las categorías de «común», «muy común» o «frecuencia desconocida». Nunca tuve ninguno de los problemas mencionados arriba antes de las pastillas.

Me da rabia pensar que esos profesores, psicólogos y médicos siguen por ahí como si me hubiesen ayudado cuando yo estoy aquí luchando cada día por recuperar mi vida.

Mi vida y mi familia están destrozadas con lo que me ha ocurrido y no me parece justo. Mi relación con todos se ha deteriorado hasta el punto de que me he tenido que ir de casa para evitar conflictos cuando mi casa fue mi lugar seguro toda mi vida antes.

Llevo meses sin tomar las pastillas y es ahora cuando estoy empezando a volver a la «realidad». Pero, ¿qué realidad ya? Llevo años sin sentir nada. Llamaba a mis abuelos todas las noches antes de las pastillas. Dejé de llamarles mientras tomaba las pastillas. Ambos se murieron y no sentí nada porque ya no sentía nada nunca. Jugaba con mi perro todos los días y dejé de hacerlo con las pastillas. Murió en mis brazos el año pasado y no sentí nada en su momento tampoco.

Nada de esto me parece justo. Tengo 23 años; no debería tener que luchar por mi vida sola de esta forma.

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